Por Hugo García Michel / Foto: LA Times
Como una derivación de Throwing Muses y de Pixies, The Breeders fue uno de esos proyectos que en los noventa alcanzó un estatus de culto. Y lo hizo básicamente con un par de discos sin los cuales no se podría entender la historia del llamado alt-rock de esa década. Pod (1990) y Last Splash (1993) marcaron a toda una generación y crearon un sello propio, muy alejado del sonido de las bandas de donde provenían sus fundadoras.
Sus dos lideresas, Kim Deal y Tanya Donnely, pertenecían a Pixies y Throwing Muses, respectivamente. Ambas escribieron la serie de canciones que conformaron el Pod, álbum para el que contaron con el trabajo del productor Steve Albini. Este esfuerzo derivó en el peculiar estilo que caracterizaría a The Breeders y que se consolidó tres años después con la aparición de Last Splash.
A 25 años de distancia de aquel disco, el grupo ha retornado a las grabaciones y acaba de poner en circulación el flamante All Nerve (4AD, 2018). Ya sin Tanya Donnely, pero sí con su hermana Kelley (quien también perteneció al The Breeders originario), más la bajista Josephine Wiggs y el baterista Jim McPherson, Kim Deal ha vuelto a unir fuerzas con Albini y el resultado es un álbum impecable, un trabajo que recoge el sonido primigenio de sus dos primeros discos.
All Nerve es su quinto álbum de estudio (porque hay que mencionar también el Title TK de 2002 y el Mountain Battles de 2008) y tiene algo de conceptual en relación con los nervios, con temas como el inicial “Nervous Mary” o el homónimo “All Nerve”.
Las letras transcurren por cuestiones que implican el nerviosismo del ser femenino (“Walking with a Killer” habla sobre el miedo a la violación y la muerte: “I’m walking with a killer and I’m gonna need that ride / We rolled through the night / Through the cornfields of East 35 / I didn’t know I should have / I didn’t know it was my night to die / But it really was”), aunque también hay humor en la forma como Kim Deal se burla de esos temores (sobre todo en la ya mencionada “Nervous Mary”).
En lo musical, el disco es una joya. Sin perder el estilo (me refiero al estilo musical del grupo, pero también a la elegancia y la prestancia de sus interpretaciones), el grupo suena preciso, con esos acordes de guitarra secos y grungeros que lo caracterizan, pero se da el espacio suficiente para intercalar cortes de ritmo lento y acompasado (incluso de belleza plena como “Dawn: Making an Effort” y “Spacewoman” o de intención más hipnótica, como “MetaGoth” y “Blues at the Acropolis”) con otros más machacantes y afilados (“Skinhead #2”, “Wait in the Car”, “Howl at the Summit”).
Un álbum a la vez rudo y vulnerable, sensible y poderoso. Gran regreso de las entrañables Breeders.
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